viernes, 14 de noviembre de 2014



Era alto, moreno y gordo. Los marabinos de la época lo llamaban "El Negro Rubén". Se le recuerda como el único capaz de tocar el himno a la Virgen y el Ave María desde la torre de San Juan de Dios. Hacía sonar el campanario hasta con los pies.

Todos los días, antes de salir el sol, hacía crujir las escalinatas de la Basílica en su camino hacia las cinco campanas de la torre, desde donde veía toda la ciudad, mientras bamboleaba las piezas de bronce compañeras suyas durante 50 años.

"Tengo el puesto más alto de Maracaibo y soy quien ganas menos", expresaba siempre Rubén Aguirre en tono de queja, al referirse a la trascendente labor que desempeñaba y lo poco que era valorada.

"Fue el eterno campanero de la iglesia San Juan de Dios. Desempeñó ese oficio durante 50 años seguidos", cuenta Orlando Arrieta.

"Era alto, moreno y gordo. Las personas de la época lo llamaban 'El Negro Rubén'...", asevera Arrieta, quien destacó su popularidad entre los feligreses de la Chiquinquirá.

Testimonial

En el archivo de PANORAMA de 2000, Ana Albertina de Abreu, quien para entonces contaba con 89 años y más de 70 oyendo misa en la Basílica, ofreció relevantes datos.
"Recuerdo a Rubén como un hombre sencillo, amable y con un oído especial para repicar. Nadie lo enseñó, aprendió desde muchacho y duró en el oficio hasta su muerte".

"Siempre que iba a la Basílica me guiaba por sus repiques. Los domingos hacía tres toques antes de empezar la misa. Como vivía cerca, arrancaba a caminar la segunda vez que las campanas avisaban el comienzo de la misa", rememoró.

Aguirre, quien trabajó en la Basílica desde 1921, no sólo contoneaba los péndulos en la torre. Se encargaba también de encender los fuegos artificiales cuando había una festividad. Un día de la Chinita, le estalló una recámara de esas en la pierna. La quemadura nunca se le sanó y murió de infección.

Se perdió el canto

"Cuentan que con su pierna vendada y con mucho dolor, subía al campanario a las seis de la mañana, a las 12 del mediodía y a las seis de la tarde, como siempre", señala Jorge Rouvier, sacristán de la Basílica.

En el libro Historia de la Virgen de Chiquinquirá del hermano Nectario María, se describe como el músico del campanario primario del Zulia escuchaba los repiques cuando cayó en cama y no pudo seguir tocando.

Después de Rubén, nadie supo cómo sacar de las cuatro campanas menores y de la campana mayor, melodías como el himno a la Chiquinquirá, el Ave María, el Ángelus y otros cantos.

"El campanero inició a muchos sacristanes y allegados a la Basílica en este arte, pero nadie pudo tocar como él. Las campanas eran suyas".

En él destacaba el amor por la Virgen. Antes de las fiestas patronales siempre salía con un farol grandísimo o banderas.

En la procesión del 18 de noviembre se quedaba en la torre, tocando las campanas hasta que la Virgen se alejara como 200 metros. Entonces, bajaba corriendo y acompañaba a la feligresía hasta que faltaran unos 200 metros para el regreso al templo, se subía y empezaba, nuevamente, a tocar las campanas

Siesta en el campanario

En su libro De Sutherland a Rubén el campanero, el cronista Alí Brett, suma otros datos sobre Aguirre.

"Acostumbraba dormir la siesta en el campanario para no faltar a sus obligaciones", escribió Brett y resaltó su destreza en "un oficio convertido en arte, en la medida en que pasaban los años (...) Se amarraba el cabestro al dedo gordo del pie y al escuchar la hora, en el reloj de la iglesia, empezaba a mover las campanas con tanta maestría que parecía que lo estuviera haciendo con las manos".

Los Repiques

Las campanas de la iglesia a la Chiquinquirá y San Juan de Dios llegaron de Italia en 1921. En los años 70 se les hizo una reparación de la pintura y de la estructura.
En 1990 se cayó el péndulo del glon o campana mayor, que pesa más de 10 kilos.

El sistema funciona perfectamente, pero se encuentra prácticamente en desuso. Ahora un mecanismo computarizado se encarga de los repiques tradicionales.
El primer toque de campanas del día se acostumbraba a las seis o las siete de la mañana, cuando anuncian la apertura del templo a los feligreses.

Los domingos avisaba con varios repiques el inicio de la misa de ocho de la mañana. 

El siguiente toque es a las doce del mediodía. En algunos campanarios se ha sustituido este sonar por el de un reloj computarizado.
A las seis de la tarde o siete de la noche se escucha el repique que anuncia el comienzo de la última misa del día.

CORTESIA DE SABOR GAITERO





La devoción Mariana en el nuevo mundo no fue precisamente traída por los misioneros, como muchos podrían pensar. Fue el propio Alonso de Ojeda, conocido también como el Caballero de la Virgen el primer impulsor. La más antigua devoción en estas tierras es a la Virgen del Carmen. Con el tiempo los misioneros que acompañaron a los conquistadores europeos fueron incorporando diversas devociones, pero la patrona de los zulianos, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá no fue importada.


Según escribe el cronista Fernando Guerrero Matheus, “nació, surgió como un testimonio más de la bondad y sabiduría eternas, sobre las tibias ondas del portento lacustre; y el pueblo de la cuenca del Lago la hizo más suya dándole la popular denominación de La Chinita, ya familiar en todo el país”.


Un hecho por demás curioso es que el actual santuario a la Virgen de la Chiquinquirá, tampoco fue originalmente suyo. Cuando ya la modesta residencia que cobijó el milagro se hizo estrecha para la caudalosa admiración del pueblo, “se le dio arrimo provisional al retablo del prodigio en la Iglesia construida por el devoto capitán Juan de Andrade para el culto de San Juan de Dios. Y La Chinita se adueñó del templo hasta que un buen día quedó convertido y consagrado en Basílica suya”.


Devoción y fe católica


Desde su aparición en 1750, la devoción del pueblo zuliano hacia su Virgen Morena ha sido el más sentido de todos los testimonios de fe católica. “La Chinita entró a formar parte, no sólo de su sentimiento religioso, sino de su vida y actividad, de sus necesidades espirituales y de sus urgencias de todos los días. Nuestra familiaridad con La Chinita y la seguridad que tiene de su protección y auspicios la convierten en una propiedad particular de cada feligrés”, afirma el cronista en su libro En la Ciudad y El Tiempo.

La devoción a Nuestra Señora de Chiquinquirá en Maracaibo inicia en la mitad del siglo XVIII. La carta de nacionalidad zuliana que tiene desde su aparición es tal que al mencionarla se entiende por antonomasia que es La Chinita del Zulia. Su devoción se ha enraizado de tal modo en la conciencia católica de los zulianos, que puede entenderse como “el más entrañable y venerado patrimonio espiritual de este pueblo”.

Cortesía Prensa Secretaría de Cultura del Estado Zulia
 

María Luisa González
Obra Consultada: En la Ciudad y el Tiempo/Fernando Guerrero Matheus

Nota cortesia de SABOR GAITERO